Negro sobre blanco, la función del tintero

Gracias a un tintero y una pluma hemos sido partícipes de las más increíbles aventuras, los más hermosos sueños y los peores miedos de la condición humana. A través de él, las musas inspiraban a unos seres especiales, hombres y mujeres de sensibilidad excepcional llamados escritores, para que dejaran constancia para la eternidad de todas esas emociones y sentimientos que se resumen en la búsqueda de la belleza y la verdad, eterno anhelo del ser humano.



Por ello, este tintero pretende ofrecer al cansado navegante del siglo XXI un espacio en el que disfrutar de esa búsqueda apasionante a través de la literatura y el arte. Quién sabe la magia que puede guardar en su interior. Disfrutad el viaje.

jueves, 24 de agosto de 2017

Un verano invencible



¿Qué tendrá el verano que a todos enamora? Puede que sean las tardes infinitas tintadas de rosa, el abrazo cálido del sol o, simplemente, que el tiempo se para brevemente para que volvamos a nuestra esencia. Puede que sea la historia más antigua del mundo, que se repite incesantemente como las olas del mar van a morir en la arena, pero en este caso sucedió así.

Su primer amor de verano había sido la brisa del Cantábrico que, fresca y pujante, acariciaba sus rubicundos rizos de muñeca perfecta en días de sol y nubes. Después, el tacto frío del océano la transportó a sus orígenes y sintió que pertenecía a aquel mar poderoso, misterioso, magnético. Cada verano volvía como un ritual a sumergirse en sus brazos blancos y bravíos.

El tiempo, ese juez insobornable, pasó haciéndola más terrenal. Seguía atada a su atracción por el mar, pero más interesada en sus charlas con amigos, desentrañando los misterios de hacerse adulto, inmersa en ensoñaciones idílicas e ingenuas de príncipes encantadores de cuento que vendrían a rescatarla de su ensimismamiento para llevarla a vivir aventuras increíbles. Lejos de la rutina, de las responsabilidades, del aburrimiento de los clichés de adultos. Era, pues, una soñadora que se tomaba por entonces la vida demasiado en serio.

Tan en serio, que cada vez que visitaba la playa acompañada se imaginaba muy seriamente con su futura pareja/príncipe encantador y las futuras conversaciones que tendrían, en otras playas, en otros veranos. Se dijo a si misma que no podría llegar a los 35 sola. Entretanto, disfrutó de veranos con fiestas de cumpleaños al sol en discotecas de moda, de viajes con amigas a destinos cálidos y cercanos con guiris y canciones bailongas de letras sin sentido.

De nuevo, el tiempo pasó, casi imperceptiblemente. Se adentró en veranos sucesivos sin haber conocido realmente un amor mayor que la sana camaradería con los amigos o la sincera complicidad con sus padres. Y eso la torturaba. Significaba el espejo de un fracaso incipiente, de una incapacidad manifiesta. Una tara o peor, una fatalidad del destino. Parecía tan sencillo todo cuando veía los arrumacos de parejas felices en la playa que disfrutaban simplemente del tiempo juntos… ¿Por qué ella no podía hacer lo mismo? Quedaba fascinada por la seguridad, la tranquilidad que desprendían y se sentía una Jane Eyre ante ellos: pequeña, pobre, sola.

Hasta que se dio cuenta de que inconscientemente había iniciado el viaje de la vida sola, que no había necesitado a mucha gente para aprender y apreciar las cosas importantes que deja el verano – las risas, los viajes, los recuerdos, el mar-. Y dejó de angustiarse por lo que no tenía para seguir disfrutando de lo que la rodeaba. A descubrir su propio sol.


Así, al verano siguiente, se despertó en el atardecer de una playa cantábrica mecida por el viento del norte y al calor de un sol que cuidaba sus sueños. Abrazada a aquel que había elegido como compañero de cualquier viaje y aventura. Tenía 34 años. De repente, vivía en un verano invencible.



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